viernes, 12 de septiembre de 2008

Elegía Segunda

Viene el mensajero
de la consciencia,
desagradable compañero,
ahóguense los sonidos
de su trompeta,
nada anuncie su venida.
Por qué los hombres estamos
rodeados de fantasmas.
¿No hay un Dios que
se apiade de sus criaturas?
Cómo no odiar al ser
cuando la existencia se vela,
volviéndose signo pasado.

Por qué se nos condena a la desgracia,
olvidándonos en un rincón,
debiendo enfrentarnos a
nuestras necesidades,
sentimientos fríos y profanos.
Griten el porqué.

Si el padre abandona a su hijo
no es digno de ser llamado bueno.
Pero si el hijo lo abandona,
¿no merece mayor pena?
Sólo pido desde la
penumbra de mi noche,
no ser enviado al castigo.
Ruego que la justicia sea ahogada
por la misericordia y se me dé
a beber de las nuevas fuentes.

Escucha mensajero,
escucha Dios y padre
el gemir de este,
ahora bastardo,
permítanle calzarse
en vuestros pasos,
besar y lavar vuestros pies
con las lágrimas de su dolor,
secarlos con la opresión
que lo cubre para dejarla
rendida en vuestra presencia.

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